Desde un principio me llamó la atencion esa hermosa mujer de rojo cargando a un recién nacido, en el pretil del árbol de la Noche Triste. Pensé que no tardaría en irse al verme hacer unos trazos en una posición incómoda y bajo un inclemente sol. La imagen parecía de un José Velasco con la salvedad que no estaba la pequeña capilla, esa misteriosa madre ni la reja.
Saqué las acuarelas y ella ni pestañeaba. Quizá ni me vía esperando impaciente al padre de esa criatura para ingresar los tres a la pequeña Iglesia. En el óleo de Velasco un ranchero admira el tronco. A la mujer solo le sirve la sombra. Hoy todo ha cambiado: la madre ya no está junto al enrejado, el tronco son pedazos de leños y aún mi acuarela sobrevive.
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